From Franckfut to heaven

Un Barbarroja quiso que en el s. XII Fráncfort fuera considerada la sede de los emperadores germanos. Este fue mi destino hace algunos días. 

Innenstadt es el corazón financiero y mercantil 
de la ciudad. Acotado por el río se extiende siguiendo 
el recorrido de las antiguas murallas demolidas a principios del s. XIX. 
Una ciudad de contrastes donde el hormigón y los edificios que rozan el cielo conviven con las vigas de madera y las antiguas iglesias que albergan los secretos de quienes allí acuden a rezar. 

Escribiendo estas líneas me deleito saboreando un paseo a orillas del río Meno que se acompaña de recuerdos que comento al ritmo de cualquier canción que nos asalta el pensamiento. Y qué gritos si se cruza con nosotros un pequeño coche francés. El frío que acaricia la cara hace que la sonrisa se congele durante horas y solamente se derrita al calor de un café con secretos. 

Me siento como en casa paseando por barrios flanqueados por casas señoriales y mansiones del s. XIX, adornadas por árboles caducos. Y me río al perdernos en el tren o sentirme confusa si las palabras se atropellan y ya no sé en qué idioma me hablan cuando me dicen que los baños están "abaho". Y me emociono cuando unos dedos hacen que la música flote entre las calles. Otra vez esa dichosa canción, otra vez esa melodía que me recuerda a Dresden, que me dice: ¡ey! ¡ha pasado un año ya!

Porque ha pasado un año ya, un año desde que celebramos tu último cumpleaños, sabiendo que sería el último, sabiendo que 365 días después estaría escribiendo unas frases atropelladas y tontas sobre un viaje inolvidable. 

Voy volver, voy a vivir. Te haré caso, como siempre.


La despedida

¡Deja que adiós te diga con los ojos, 
ya que a decirlo niéganse mis labios! 
¡La despedida es una cosa seria 
aun para un hombre, como yo, templado!
[...]

Johann Wolfgang von Goethe (Fráncfort del Meno, 1749 - Weimar, 1832)


@Ohihane

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